Parece
que no queremos darnos por enterados, pero esto se acabó....finito, caput. Europa ya no es el ombligo del mundo.
Después de pasarnos siglos alardeando como pavos reales de nuestros
descubrimientos de lugares que ya existían en el planeta y de nuestros
inventos, que ya estaban ahí solo que alguien dio con ellos, hemos pasado de
locomotora del mundo al vagón del centro, camino de ser de cola.
Nos
están engañando vilmente. Por mucho que nos recorten los recursos y los
sueños, por mucho que nos quieran hacer creer que de nosotros depende mantener
el sistema, ese camino lleva tiempo cerrado. Por mucho que trabajemos hasta los
ochenta años, si llegamos a ellos sin achaques, o sobrevivamos con salarios tan
mínimos que sean de subsistencia (los pocos que los tengan), por mucho que nos
esforcemos, esto se ha terminado. Dejar de ser el centro del mundo requiere una
gran dosis de humildad que nuestros gobernantes no están dispuestos a
reconocer.
Creo firmemente que hay recursos
para garantizar unos mínimos que se los están llevando bancos y políticos, la casta
inmune. Mientras, el pueblo comienza a darse cuenta de que hay algo perverso detrás
de todo esto. Si esto sigue así, y tiene toda la pinta de que así será, el
descontento social irá a más y la cohesión social a menos: una bomba de
relojería que lleva ya tiempo avisando que va a estallar.
Vivimos una Europa de dos velocidades o de dos carriles en
dirección contraria: los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más
pobres; los políticos cada vez más crecidos, mientras el pueblo se siente cada
vez más humillado; en Bruselas se habla de finanzas, y los ciudadanos recurren
al intercambio e incluso al trueque; los gobiernos de derechas hablan de
competitividad, y los jóvenes trabajan juntos creando sinergias en la
diversidad (coworking, networking, crowdfunding...); los máximos responsables
de educación dictan normas para clasificar y segregar al alumnado, y las corrientes
más avanzadas en educación pretenden potenciar el talento que TODOS tenemos y
la realización a la que TODOS estamos llamados; se ponen trabas al
conocimiento, a la cultura, al arte, pero ya no hay límites a su acceso gracias
a Internet. ¿Qué esquizofrenia es esta?
Nunca ha sido la brecha generacional
tan grande. Unos viven en Internet desde hace ya más de quince años, y otros
nos saben qué es el ciberespacio. El intercambio de ideas provoca nuevos tiempos
y eras. Basta echar la vista atrás y remontarse a siglos para ver lo que dieron
de sí las relaciones comerciales y culturales en la cuenca del Mediterráneo. No
hay que hacer mucho esfuerzo para suponer que tanto intercambio a escala global
va a dar lugar a un cambio de magnitudes
aún desconocidas.
Por lo pronto el equilibro de poderes ha cambiado sustancialmente
en el mundo. Los países con economías emergentes, como China, Brasil,
Rusia, India y Sudáfrica (es en ellos donde está el dinero que ha dejado de
estar aquí), ya reclaman una mayor presencia en los órganos internacionales de
toma de decisiones. Mañana serán las grandes potencias. Y miedo me da porque sus
economías son salvajes, y el mundo será una ciudad sin ley.
Y mientras ocurre todo esto, en España el barco está en manos de marineros vagando
a la deriva con rumbo a ninguna parte sin más objetivo que mantenerse a
flote. Un faro estropeado en Alemania emite señales erróneas. Mejor seguir esas
que ninguna —piensa el capitán—. Vaya a ser que se nos note que no sabemos
navegar por estas aguas.
Mi
esperanza son los jóvenes y algunos adultos con espíritu de maduros “peter panes”
que aún se ilusionan con un mundo mejor para TODOS, que quieren aportar y no
restar de la dignidad de otros. Personas con energía, con visión global y
abiertos a nuevas ideas, que odian el “así son las cosas” y no se achantan ante
los que cuando se propone algún cambio en aras del bien común solo saben decir “no,
nunca, jamás”.
Estas personas tampoco creen a los que
tratan de culpar al ciudadano por no entender a fondo la letra pequeña de un
contrato porque confiaba en quien “supuestamente” le aconsejaba. No creen las mentiras, las criminalizaciones,
las calumnias, las acusaciones... Me gustaría hacer un inciso aquí para decir
que nadie se lee un manual de medicina cuando le van a operar, ni estudia la
carrera de Derecho si tiene un juicio, ni realiza un curso de formación para
acudir a un asesor. Uno confía en el médico, en el abogado, en el asesor y hace
un acto de fe. Reconocer que no se sabe de todo es de sabios, y muchos trabajos
conllevan depositar en el profesional nuestra confianza. Hace tiempo que los
bancos dejaron de formar parte de este gremio, aunque algún anciano de un
pueblo lo haya aprendido demasiado tarde viendo volar sus ahorros a la “tierra
de nunca jamás”.
Otro mundo es posible, pero será irremediablemente
distinto a todo lo conocido hasta ahora. Mientras en Bruselas hablan, comen,
beben y viajan, los ciudadanos tienen
las pilas puestas porque va en ellos su supervivencia. Y lo que salga de
todo esto probablemente no tendrá nada
que ver con lo que Merkel pensaba. Que así sea, y que sea lo mejor para
TODOS.