Los vi subiendo por la cuesta como cada
día a la misma hora. Su puntualidad era uno de sus puntos fuertes. El grupo se
mantenía unido, preparado para dirigirse a los puntos establecidos. La lealtad
al jefe era máxima, por miedo o por ausencia de opciones. Quizá alguno le admirase. Portaban sus herramientas de trabajo y estaban concentrados. Se les
iba la vida en ello. Se adaptaban a las circunstancias y no faltaron ni un solo
día. El grupo de mendigos hizo ese día
su trabajo como de costumbre para comer. Solo que nunca serían socialmente
aceptados.
Vi a un grupo de hombres bien vestidos bajando de coches de lujo. La decisión y la
determinación eran patentes: sabían hacia dónde iban y lo que tenían que hacer.
Al entrar en el edificio los recibió la máxima autoridad competente. Las
cámaras de televisión les enfocaron. Sonrieron, les iba la vida en ello. La
puntualidad no era su fuerte, pero habían estudiado en las mejores
universidades del mundo, sabían hacer y devolver favores y les protegían
abogados de primera. Su red global de contactos era su principal activo.
También era conscientes de la importancia de mostrar una imagen impecable para esconder
los pecados mundanos. La doble moral se había sumergido con tanta fuerza en su subconsciente que ya ni siquiera
la advertían. La sociedad les aclamaba.
Observé cómo llegaba una ambulancia. El
grupo bajó del vehículo perfectamente coordinado. Cada uno sabía exactamente lo
que tenía que hacer. Formados, entrenados y curtidos en la experiencia, pusieron
su propia adrenalina al servicio del accidentado y se olvidaron de sus problemas cotidianos.
Todos a una hicieron lo posible por salvarle la vida. Uno de ellos le tomó la
mano y le susurró al oído: “Aguanta, esto pasará”. Cada uno desempeñó su trabajo con el máximo
cuidado. Cada segundo contaba. Al llegar al hospital y comprobar que el
paciente había recobrado sus constantes vitales, respiraron aliviados. Cada uno
de ellos pensó para sus adentros: “Ha sido un buen trabajo”. Al
acabar la jornada, simplemente dejaron la bata en la taquilla y volvieron a sus
casas. No eran importantes pero importaban.
Texto: Artica Blues