Hay días en los que el soñador se despierta con el ánimo torcido, rompiendo aspiraciones, enterrando anhelos, pisando deseos, olvidando utopías,
maldiciendo su suerte y su destino. Y así se acuesta. Mientras duerme, Hipnos, el
dios de lo sueños, vela su descanso, le insufla vida, sopla suavemente entre sus
cabellos y acaricia su desánimo con ternura. Al día siguiente, el soñador, al
ver que todo es nuevo y se muestra recién estrenado, se deja amar por la luz
del día y respirarse por el aire que le envuelve. Cada jornada el soñador se
aleja del pasado para dar una oportunidad a la vida. Y cuando cree que ya lo ha
visto todo, algo le sorprende y rompe su mapa personal imperfecto. Una y otra
vez no le queda más remedio que reorganizar las piezas para acoger lo que
llega. Otra persona, otra experiencia, otro reto, otro sueño. Un proceso de integración
continuo que no acaba nunca. Y la energía del amor envolviéndolo todo:
enredando, jugando, riendo. Mañana, cuando el soñador recorra a primera hora de
la mañana la calle gris mientras todas las rutinas comienzan, alzará la mirada,
verá las estatuas de las azoteas de la calle Alcalá bañadas por la luz del sol,
les agradecerá su eterna vigilancia de nuestras pequeñas vidas y sonreirá en
silencio. Con complicidad les hará su pregunta diaria: “Un día más. ¿Sabéis qué
me traerá?”. Y ellas responderán: “EXPERIENCIAS, PENSAMIENTOS, SUEÑOS”.
Foto y texto: Artica Blues