Al atardecer, la oscuridad se despliega
poco a poco. Sigilosamente avanza doblegando a la luz del día, que comienza su lenta
retirada. Es entonces cuando el humano se rebela. Comienza a encender desesperadamente
miles de bombillas para exorcizar el terror que le produce la noche. Un miedo atávico que le acompaña desde el principio de los
tiempos. Así alarga el día, respira seguro y realiza un último acto de
rendición el abandonarse en los brazos de Morfeo: apagar la luz de su cuarto. Al dejar a un lado la consciencia, entra involuntariamente en el mundo mágico de los
sueños, donde todo es posible, el amor se siente eterno y el peligro se supone
ficticio. Pero todo llega a su fin. Toca volver a la rutina. Abre los ojos, despierta
a la vida y agradece a la luz natural su presencia. Vivirá un día más sin darse
cuenta de que el reloj avanza irremisiblemente hacia la auténtica oscuridad: aquella
de la que nadie regresa. Si lo tiene siempre presente, experimentará cada
instante como el último y entenderá la esencia de la vida. Tic, tac, tic,
tac... soñar, crear, amar. VIVIR.
Foto y texto: Artica Blues
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